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Día 5: de Castellanos De Castro a Sahagún
Con el paso de los días me voy sintiendo más y más cómodo; los nervios, agobios y ansiedades van desapareciendo y son reemplazados por un sentimiento de calma y tranquilidad. ¿Será el espíritu del Camino? El caso es que he descansado estupendamente (los habituales ronquidos de mis compañeros de habitación no suelen molestarme) y, como de costumbre, me tomo con mucha calma la salida. Tanto que Adrián, mi anfitrión, me tiene que recordar que a las 8 empieza a limpiar las habitaciones en una clara indirecta de que fuera despejando.
Hoy vuelven a ser alrededor de 100 kilómetros pero el desnivel es muy pequeño, apenas 400 metros.
Tras un rápido café y un plátano me pongo en marcha en dirección a Hontanas entre numerosos peregrinos. Es hora punta en la Meseta Castellana.
Los primeros kilómetros son en fuerte descenso; pronto dejo la concurrida pista a mi derecha y ruedo un rato por una desértica carretera (por la que también circulan algunos caminantes pero prácticamente ningún coche). En no mucho tiempo estoy a las puertas de Castrojeriz, atravesando las impresionantes ruinas del Convento de San Antón; y digo bien, atravesando, porque la pequeña carretera pasa bajo los viejos arcos del monasterio.
Un extraño personaje, como salido de otro tiempo, aparece desde el interior del convento y me saluda; le devuelvo amablemente el saludo y me quedo con cierta intriga, pero decido no detenerme a charlar. Quién sabe, igual era el mismísimo Aymeric Picaud.
Por recomendación de Adrián decido dar un pequeño rodeo por carretera, pasando por Castrillo Mota de Judíos; el motivo era evitar el Alto de Mostelares que, en su opinión, era difícilmente ciclable y con una bajada moderadamente peligrosa. Le hice caso, pero buscando información más adelante creo que no era para tanto.
El cualquier caso, el desvío fue interesante porque me llevó por carreteras mesetarias, rectas, llanas y semiabandonadas en las que me crucé con muy pocos vehículos -por no decir ninguno-.
Poco después cruzo el famoso Puente Fitero, ya mencionado en el Códice Calixtino, aunque poco queda de su construcción original del sigo XI. Así, sobre el Pisuerga, entro en la provincia de Palencia, la cuarta que visito en mi periplo tras Navarra, La Rioja y Burgos.
En la siguiente localidad, Boadilla del Camino, volvemos a una pista paralela a otra de las maravillas del Camino, el Canal de Castilla. Seguiremos junto a él hasta una esclusa próxima a Frómista, nuestra siguiente parada. Allí no puede faltar la visita a la iglesia románica de San Martín de Tours. Para mí fue un momento importante porque no la conocía y hacía años que tenía ganas de verla.
Continúo atravesando la Tierra de Campos hasta llegar a Carrión de los Condes, pueblo al que, por lo que sea, guardo especial cariño. Allí me detengo a sellar en la Iglesia de Santiago y a comer algo en la Plaza Mayor, incluyendo el omnipresente pincho de tortilla y un helado de postre.
Salgo por San Zoilo reponiendo agua en una fuente frente al convento que avisa que es la última en 16 kilómetros. En ese momento me alegro mucho de ir en bicicleta y no caminando. El trayecto hacia Calzadilla de la Cueza discurre sobre la Vía Aquitania, parte de una calzada romana que unía Burdeos con Astorga; pero lo que yo tenía como una variante legítima del Camino Francés no está exenta de polémica como muestra este artículo cuya lectura recomiendo encarecidamente.
El Camino nos lleva por Calzadilla de la Cueza y Ledigos donde veo unas cuantas bicis que circulan por la carretera. Estamos ya muy cerca de Sahagún y salgo a su encuentro, entablando conversación con un simpático vitoriano, Txemi, que va hacia Santiago aunque no sabe aún si lo hará por la ruta más directa o se desviará hacia Oviedo para seguir el curso del Camino Primitivo; su plan es, tras Santiago, continuar hasta Finisterre y, después, al sur, por el Camino Portugués. Me da un poco de envidia, la verdad.
En Sahagún me invita a un refresco antes de seguir su camino. Yo he terminado por hoy y, a pesar de la longitud de la etapa, me siento fresco y descansado y me apetecería continuar. Pero tenía el alojamiento previamente reservado y no me era posible, así que fui al hostal, dejé la bici y me pegué un ducha y me dispuse a sellar la credencial (en el albergue de las benedictinas) y dar una vuelta por el rico e interesante patrimonio cultural del pueblo palentino.
En la Plaza Mayor me senté en el Restaurante Luis y estuve un rato tomando una cerveza y escribiendo mis notas; la atención era muy buena y el sitio era agradable, así que decidí cenar allí el plato típico de la localidad que, para mi sorpresa, eran los puerros. Aunque, en mi opinión, la cena fue un poco cara, la verdad es que estaba todo buenísimo; además, acompañado de un mencía del ya cercano Bierzo, cosa que cualquiera que me conozca sabe que voy a disfrutar con fruición…
¡Buen Camino!
El video de la etapa
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