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Día 9: de Triacastela a Melide
Tras un frugal desayuno -el habitual de café y tostada- recojo las cosas, preparo la bici y me pongo en marcha.
Como en tantos tramos del Camino, a veces hay bifurcaciones legítimas (y, como vimos hace un par de días, también ilegítimas). En este caso es una de las primeras; en la misma puerta de la casa donde me alojaba están estos mojones:
El track que traía de casa me mandaba por San Xil pero, charlando con mi anfitriona mientras cargaba la bici, me recomendó salir por Samos. Como de costumbre, hice caso. Yo creo que el Garmin se enfadó y me la jugó, pero ya veremos los detalles más adelante. El resultado fue que la etapa se alargó más de lo previsto casi llegando de nuevo hasta los 100 kilómetros; concretamente 93 pero con ¡1600! metros de desnivel, la etapa con más desnivel de todo el Camino.
Me puse en marcha temprano, aún con las luces encendidas:
No llueve pero hay una fantasmagórica neblina. Lo cierto es que me da un poco lo mismo, hoy mi preocupación es que… falta demasiado poco para llegar a Santiago. De nuevo circulo por la omnipresente LU-633, aunque voy pegado al camino.
Llego sin novedades a Samos donde doy un pequeño rodeo para visitar la capilla prerrománica (S. IX) junto al ciprés milenario antes de pasar por el fabuloso Monasterio.
Pienso en entrar a sellar y quizás visitar el monasterio, pero es demasiado pronto y no parece aún abierto a las visitas, así que decido seguir adelante. El estrecho andadero continúa pegado a la carretera así que continúo pedaleando por el asfalto. En unos 20 km llego a Sarria donde pierdo las señales del Camino (que tiene mérito) y doy un par de rodeos absurdos para salir mientras el Garmin protesta a insiste en recalcular la ruta.
Finalmente encontré la salida al tiempo que veía a dos peregrinas despistadas preguntando a un paisano; esto me dejó más tranquilo al pensar “bueno, no soy yo solo el torpe”. Me tenía algo mosca el ver tan pocos peregrinos a pie, pero la explicación está en la primera foto: la variante de Samos añade más de 7 km, cosa que andando no es en absoluto despreciable. A mí, por el contrario, me sobraba tanto tiempo y tenía tantas ganas de seguir en carretera que me podía entretener en hacer el tonto:
Mi track me sacaba de vez en cuando de la LU-633 para meterme por carreteras secundarias que, la verdad sea dicha, eran mucho más agradables y bonitas. Así que iba poco atento al mapa y mucho a disfrutar del bonito día (con una agradabilísima temperatura y ¡sin lluvia!) lo cual, en principio, no debería ser un problema. Pedaleaba entonces entre granjas y zonas de cultivo sin preocuparme de seguir las indicaciones del Camino.
En una de estas sendas, asfaltadas pero muy estrechas, me encontré con un pedazo de perro con cara de pocos amigos; había un trabajador de la granja cercana que fue rápidamente a sujetar al animal para dejarme pasar. El problema es que delante de ese había otros dos, de los cuales solo uno estaba atado. Ambos fueron inmediatamente a por mí ladrando amenazantes. El que estaba atado -que daba más miedo- enseguida quedó sujeto pero el otro continuó persiguiéndome a corta distancia.
La verdad es que, aunque tengo mucho respeto a los perros, no me alteré demasiado porque es rarísimo que uno de estos animales te muerda. Lo normal es que te persigan hasta que salgas de su zona de influencia. Y exactamente eso es lo que ocurrió, llegó un momento en que el perro dejó de ladrar y se dio media vuelta. Pero entonces me di cuenta de un detalle: tenía el sol de frente. Llevaba 700 km con el sol a la espalda y, en ese momento, pedaleaba con el sol enfrente. Me paré, consulté el Komoot en el móvil y descubrí que, efectivamente, rodaba en sentido contrario al que debía y… ¡estaba llegando de nuevo a Sarria!
Afortunadamente encontré enseguida un camino que salía a la ya conocida LU-633 que me prometí no abandonar al menos hasta Portomarín pero, ¡ay! Enseguida apareció otra de esos preciosas carreterillas secundarias de la Eurovelo y no pude resistir la tentación.
En esta ocasión no supuso mucho rodeo, pero hay tantas de estas carreterillas que pueden llegar a resultar confusas así que acabé preguntando a un paisano en la aldea de Veiga para asegurarme de que iba bien encaminado hacia Paradela, cosa que el simpatiquísimo anciano me confirmó. La verdad es que la carretera era tan bonita que el desvío estaba más que justificado.
Me hizo mucha ilusión comprobar que estaba en la comarca de Ribeira Sacra, cuya zona orensana había recorrido pocos meses atrás de forma muy distinta.
Ya decidido a no salirme de la ruta, continué hasta Paradela (donde casi la lío de nuevo al coger la carretera correcta pero en sentido contrario) y, por fin, a Portomarín. Cruzar el puente sobre el Miño fue una pequeña decepción porque apenas bajaba agua. Además el pueblo quedaba a un lado y en un alto (no olvidemos que fue reconstruido tras ser anegado el pueblo viejo por la construcción de la enorme presa de Belesar) con lo que decidí continuar camino y parar a comer algo más adelante. Evidentemente ahora me arrepiento, pero es tarde para ponerle remedio.
Así, continué unos kilómetros hasta detenerme en un bar a la entrada de Gonzar donde me comí un exquisito bocadillo de chorizo (pero… ¿de qué hacen el pan en Galicia, cómo puede estar tan bueno, qué milagro es ese?) mientras escuchaba discretamente la conversación entre un grupo de adinerados “peregrinos” mejicanos y su “guía”, que les hablaba del Camino como si estuvieran en el Himalaya a punto de escalar el Annapurna. Lo de “peregrinos” va entrecomillado porque del diálogo con el taxista-guía pude intuir que andar, andaban lo justo.
En el mismo bar sellé la credencial y continué camino, ya mayormente por la pista para caminantes que se desvía ligeramente para pasar por el castro de Castromaior antes de volver a juntarse con la carretera en dirección a Hospital y, más adelante, Palas de Rei.
De Palas de Rei recuerdo que el komoot me avisaba de que había una zona no ciclable; me extrañaba, pero enseguida encontré la explicación:
Al poco tiempo pasé el cartel que indicaba que entraba en la provincia de La Coruña, lo cual era otra señal de que el viaje tocaba a su fin. Hoy mismo había visto por primera vez una señal que anunciaba menos de 100 km a Santiago.
A eso de las 4 de la tarde estaba en Melide, en el Albergue San Antón, disfrutando de una Estrella Galicia y con la bici aparcada en el bonito jardín del establecimiento.
Tras ocupar mi litera, pegarme una ducha y recoger las cosas me fui a dar una vuelta por la localidad, constatando que el destino estaba ya muy cerca.
El objetivo de la noche no era otro que comerme una ración de pulpo, cosa que hice en la Pulperia A Garnacha. A pesar de la discusión sobre el vino (pedí, según mi costumbre, un “vino de la tierra” y me puso un Rioja… ¡y el tío quería tener razón!) salí contento porque el pulpo estaba muy, pero que muy rico.
Creo que me retiré algo más tarde de lo habitual, ya al anochecer. De camino al albergue pasé por delante del Cruceiro de Melide (S. XIV), considerado el más antiguo de Galicia.
Inquieto, me metí a dormir.
Al día siguiente llegaba a Santiago, bien.
Al día siguiente llegaba a Santiago, mal.
¡Buen Camino!
Video de la etapa
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