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Viajar (¡en bicicleta!) con una estilográfica
Reconozco que, posiblemente, peco de ser excesivamente precavido a la hora de viajar con pluma; por ejemplo, nunca he subido con una a un avión.
Pues bien, acabo de completar mi segundo Camino de Santiago en bicicleta. 630 kilómetros en siete maravillosas jornadas que he recorrido con mi bici de gravel desde La Rioja.
Algo que no me falta en los viajes es una libreta en la que llevo un pequeño diario, y mucho menos en un viaje como este. Para mí es un gran momento de descanso físico y mental, de relajación y reflexión escribir los recuerdos del día antes de intentar dormir unas horas.
No soy un atleta así que las jornadas eran largas; así a ojo diría que unas 8 horas por día. He tratado de ser lo más fiel posible al trazado del camino francés, con ciertas condiciones; entre ellas, fundamental, tratar de molestar lo menos posible a los caminantes por lo que, cuando el camino transcurre junto a una carretera tranquila, circularía por ella. Esto me permitía ganar muchos kilómetros de asfalto lo que, creedme, se agradece en una bici de gravel. Me resulta difícil hacer una estimación, pero diría que, aun así, más de la mitad del viaje ha sido fuera del asfalto de las carreteras.
Y ¿con qué escribir el diario de viaje? Pues cuando no llevo pluma, suelo remplazarla con un roller y, por supuesto, un lápiz de respaldo por si las moscas.
Y eso hice esta vez: un roller Kaweco Sport y un pequeño portaminas Koh-i-Noor. Pero… ¿y si me la jugaba? Después de hacer el experimento unos días antes del viaje con una Preppy, decidí intentarlo. Cogí una Sport de plástico, le puse un plumín EF para ahorrar, rellené un cartucho con Perle Noir y la guardé en una bolsa Zip que metí en la bolsa del manillar.
¿Y es para tanto?, os preguntaréis. Bien, os contestan mis manos y brazos: es como meter la pluma durante 40 horas en una batidora a la que se sacude un martillazo cada pocos segundos. Bueno, más o menos.
El plan de contingencia era sencillo: si la cosa (como era de esperar) se iba de madre, el desastre debería ser contenido por la bolsa Zip. Si eso ocurría, se limpia, se tira el cartucho y se pone en práctica el plan B, el roller.
Pues bien: la pequeña Sport se ha comportado como una auténtica campeona. Ni una mancha de tinta, ni una microgota fuera de su sitio, ni un mal arranque… ¡Ni el más mínimo problema! Reconozco que he sido el primer sorprendido.
Miento, sí ha habido un pequeño problema: agoté el cartucho ya en Santiago, precisamente escribiendo las notas del último día. Error de cálculo, pero para eso también está el plan B.
Mi pequeña Sport (¡qué cariño la tengo ahora!) me ha proporcionado, además, alguna anécdota divertida; como cuando un peregrino belga se acercó fascinado a admirar tan inusual instrumento de escritura o cuando un hospitalero australiano (y esto me hizo más ilusión aunque sea un pecadillo de vanidad) alabó mi letra.
Espero no haberos aburrido con la historia; si algún día hacéis el Camino (cosa que os recomiendo), llevad vuestra pluma. Aunque sea en bici.
¡Buen Camino!