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El regreso

Me desperté con algo de resaca, natural efecto de la abundancia de vino de la noche anterior. Me apetecía un café así que me levanté cuidadosamente para no molestar a mis compañeros de habitación. Curiosamente me había pasado todo el viaje saliendo el último y hoy, con el Camino terminado, era el primero.

Rúa do Preguntoiro

Rúa do Preguntoiro

Tomé un café rápido en A Gramola, en la Praza de Cervantes, muy cerca del albergue y continué el paseo. Santiago estaba mojada -había llovido durante la noche- y desierta -es lógico que los viajeros no quisieran madrugar, agotados por su más o menos largo peregrinaje-; así que pude deambular por la ciudad en completa calma.

En la Praza do Obradoiro

En la Praza do Obradoiro

Me acerqué, cómo no, a la Praza do Obradoiro, tan distinta esta mañana a como era la noche anterior, atestada de peregrinos, turistas, buscavidas… ¡hata la tuna compostelana! (que a ver cómo explicaba yo a mi amigo bosnio-alemán que esos señores con aspecto de sesentones que maltrataban guitarras y bandurrias eran estudiantes universitarios…)

Amanece tras la Catedral

Amanece tras la Catedral

Seguí hasta la Plaza de Galicia y regresé por otro camino, recorriendo las tranquilas calles del centro sin prisa y sin rumbo fijo durante un par de horas.

Rúa Nova

Rúa Nova

La ciudad iba despertando, las calles se empezaban a animar y me entró hambre, así que me permití el pequeño lujo de parar en el Café Casino a desayunar en condiciones.

Café Casino

Café Casino

Vamos, que el día que menos falta me hacía me tomé el desayuno más copioso de todo el viaje. El café estaba casi vacío así que pude estar un rato sin prisa, tomando notas en una de las viejas libretas que me suele acompañar en los viajes.

Desayuno en el Café Casino

Desayuno en el Café Casino

Había salido sobre las 7 de la mañana y eran casi las 10. Regresé un momento al albegue, recogí las cosas y las dejé en consigna. Por el camino vi que las colas para entrar a la Catedral ya eran importantes; y, como ya la había visitado unas cuantas veces, decidí entrar en su lugar al Museo de las Peregrinaciones y de Santiago, situado desde 2015 en la Plaza de Platerías y que no conocía.

Sin parecerme un museo extraoridinariamente rico me gustó la visión que expone de las peregrinaciones como fenómeno común a las principales religiones y como alegoría del tránsito por la vida. En cualquier caso, el museo era tranquilo y solitario y esto es lo que me apetecía porque me permitía pasar el tiempo que me quedaba en Santiago absorto en mis pensamientos.

El Apóstol en la Batalla de Clavijo

El Apóstol en la Batalla de Clavijo

A una hora prudencial abandoné el museo y volví al albergue, ya con intención de despedirme definitivamente. Recogí los trastos y comencé a caminar hacia la Plaza de Galicia y luego Rúa do Hórreo abajo hasta la estación.

Las torres de la Catedral vistas desde el Museo de las Peregrinaciones

Las torres de la Catedral vistas desde el Museo de las Peregrinaciones

Llegué con demasiado tiempo y me senté a esperar. Por mi cabeza pasaban una y otra vez las imágenes de cada metro recorrido desde Roncesvalles. Entonces, una voz me sacó de mi ensimismamiento:

— “¡Luis!”

¡Era otra vez Sam! En su largo periplo le había sobrado un día y había decidido emplearlo en viajar a la costa -en tren o autobús, claro, su bicicleta andaba ya también camino de casa-. Le ayudé a sacar unos billetes, pues no se conseguía entenderse con el hombre de la taquilla y nos despedimos de nuevo, quién sabe si definitivamente.

Poco después me subí al Alsa que, tras más de 10 horas de viaje, me dejaría en mi ciudad. ¡La etapa más larga y, con mucho, la más agotadora del Camino!

Y ahora, ¿qué?

Semanas después todas estas imágenes del Camino siguen ocupando un lugar principal en mi memoria. Escribir estas notas ha refrescado mis recuerdos, afianzando algunos y recuperando otros que empezaban a desvanecerse.

Me gusta rememorar cada pedalada, cada café, cada kilómetro, cada anécdota, cada personaje, cada "¡buen Camino!"… En algunos casos pienso “tengo ganas de volver a pasar por allí”. En otros me da rabia no haber pasado; son tantos (el Alto del Perdón, el puente de la Rabia, la plaza de Obanos, Viloria de Rioja, Atapuerca, el Alto de Mostelares, Manjarín…) que justificarían otro viaje.

Me gustaría tomar las variantes que deseché (como Atapuerca, San Xil…) y poder disfrutar de los paisajes de Foncebadón o Cebreiro en otras condiciones. Me gustaría, por qué no, empezar en Somport, bajando por mi querido Valle de Canfranc. O desde el otro lado de los Pirineos, quizá sin saberlo por el Port de Cize, hoy perdido, que menciona el Códice Calixtino.

No tengo ni idea de lo que pasará en el futuro. El Camino te engancha, te atrapa y, de alguna manera, no te quiere dejar salir. Dicen que no se puede hacer solo una vez. El tiempo lo dirá.


La credencial completa (I)

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La credencial completa (y II)

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