marqueta.org
You can't always apt-get what you want
Infosec - Cycling - Estudiantes
RHCE / RHCSA
Once a sysadmin, always a sysadmin
Día 6: de La Portela a Portomarín
29 de mayo de 2024
Rock and Roll, pizza y… churros.
Sí; David, la vieja estrella del rock, hace churros para desayunar. Yo declino el ofrecimiento excusándome en que me gustan demasiado y si empiezo, no paro. Y que tengo que subir O Cebreiro y, con un manojo de churros en el estómago se complica aún más la cosa.
Aun así me pide que, como español, le dé mi sincera opinión; el anciano de Zimbabwe me ofrece de su generosa ración y los pruebo. La verdad es que no son los churros de toda la vida, pero son muy cremosos y nada grasientos. Le doy mi aprobación a David, que queda muy agradecido.
Su compañera -no sé si llegué a saber su nombre- ya había sacado la bici del garaje, así que solo tenía que colocar el equipaje para ponerme en marcha.
Antes de despedirnos, tuvimos una sesión de fotos con David; qué menos, no todos los días se aloja uno con una estrella del rock.
Son las 7:45 y hoy toca subir O Cebreiro, el puerto más duro del Camino Francés para aquéllos que no hayan tenido que cruzar los Pirineos. Mi plan está bien claro: subir tan despacio como pueda 😁 Pero aún tengo que rodar algo más de 5 km de falso llano, pasando Vega de Valcarce y Ruitelán, hasta Las Herrerías. Allí tomaremos un desvío a la izquierda; no tiene pérdida porque nos daremos de frente una dirección prohibida y un cartel de prohibido circular bicicletas. Que, por cierto, no sé de cuándo es porque hasta no hace tanto era posible subir en bici por la N-VI.
Aún queda un kilómetro y medio de tranquilidad mientras cruzo Las Herrerías; ruedo por una angosta carretera comarcal que, aún en falso llano, me lleva al barrio de O Hospital, donde aún se puede ver a muchos peregrinos preparándose para iniciar la jornada.
La mañana es fresca pero, a sabiendas de lo que viene, me aparto un momento de la carretera para quitarme la chaqueta porque sé que, en pocos minutos, me va a sobrar.
Ha pasado media hora y he recorrido 7 kilómetros; en una curva a la derecha veo un pequeño puente que cruza lo que creo que es el incipiente río Valcarce y que identifico rápidamente: sé que ahí empieza la ascensión. Son unos 8 km a una media del 8%, con una zona más suave al paso por La Laguna (única localidad que atravesaremos antes de llegar a Cebreiro) y muchas, muchas rampas por encima del 10%.
Un grupo grande de peregrinos de cierta edad ocupa todo el ancho de la carretera. Siguiendo mi costumbre, me pongo a su paso y trato de hacerme oír antes de sobrepasarles; voy tan despacio que tengo tiempo de charlar con ellos antes de dejarles atrás.
El primer kilómetro (8%) pasa más o menos rápido; ahí, los peregrinos a pie se desvían por una pequeña senda difícilmente ciclable, así que se recomienda que las bicis continuemos por la pequeña carretera CV-125, en la que no observo más tráfico que el de bicigrinos y alguna furgoneta de las que transporta mochilas (circulando, por cierto, bastante más rápido de lo que debería).
En ese preciso momento me adelanta un grupete de BTTs y envidio sus enormes piñones. No llevan carga, pero eso no me da envidia; yo estoy muy satisfecho de llevar encima mi equipaje y no me pasa por la cabeza hacerlo de otra forma. Veo cómo se alejan muy despacio durante el segundo kilómnetro (7% de media), pero sé que les alcanzaré.
El tercer kilómetro ya es más duro; la media sube al 9%, pero tiene una de las peores partes de la subida. Mediado este kilómetro, hay una bifurcación; continuando recto lleva a La Faba pero nosotros (los ciclistas) tenemos que hacer un giro de casi 180º tras el que nos enfrentamos a unas fuertes rampas que llegan al 16% en los peores puntos.
El siguiente kilómetro es el que tiene la mayor pendiente media (ronda el 11%) y es, además, la típica recta en la que parece que no avanzas. Me acuerdo de los consejos de mi colega Emmanouil, un experto en largas travesías en bici: “slow is steady, steady is fast”. Y parece que le oigo cantar como a Dory la de Buscando a Nemo: “siiigue nadaaandoooo, siiigue nadaaaandoooo…” aunque él lo canta en inglés, claro.
Y sigo nadando otro kilómetro duro (el quinto, de nuevo al 9%) hasta que llego a una gran curva donde la pendiente suaviza y deja gozar del maravilloso paisaje que para mí era prácticamente desconocido, pues el mal tiempo no me dejó ver gran cosa entre la niebla.
Una nueva curva de 180º me deja en La Laguna, que paso sin detenerme. A la salida viene otro de los peores momentos pues a la fuerte pendiente se une el mal estado del piso; afortunadamente lo paso sin problemas (otro km al 9%) y ya sé que estoy a solo unos cientos de metros de coronar. En algún momento de este tramo he entrado en Galicia.
Recuerdo que, en mi viaje anterior, me encontré en Cebreiro sin que la niebla me dejase siquiera darme cuenta de haber coronado el puerto. En esta ocasión no fue así y pude parar en la cima a distrutar de unas vistas brutales:
Ahí estaba aún el grupito de BTTs que me adelantó, haciéndose las típicas fotos de cima. Aún volvería a verles. Por mi parte, paré a desayunar en Cebreiro un café y una exageración de tostadas. Pero ya estoy en Galicia y aquí el pan es otra cosa, creo que me podría alimentar solo con eso 😄
Tras el almuerzo me dispongo a reanudar la marcha; O Cebreiro es el primer pueblo de Galicia en el Camino Francés, por lo que es el inicio de peregrinación para mucha gente. Así, espero encontrarme con más peregrinos a partir de aquí.
Subido en la bici, compruebo con agrado que mi cobarde técnica de subir sumamente despacio ha funcionado y no tengo ninguna sensación de tener las piernas pesadas, como correspondería a los 700 metros de desnivel que he subido en estos primeros 15 kilómetros. Pero ojo, que aún queda mucho por hacer, es posible que la etapa de hoy se acerque a los 2000 metros de desnivel; y es que, tras O Cebreiro, se ascienden dos pequeños “puertos” más: San Roque y Poio. Pero que nadie se asuste, en realidad son repechos cortos (diría que menos de 2km con porcentajes suaves) que, después del esfuerzo anterior, se suben casi sin querer. ¡Y ya no se deja de subir y bajar!
Veo delante al grupito de BTT al que que me acerco progresivamente; en este terreno (vamos por carretera ancha, tranquila, con poco tráfico y buen arcén), a pesar de la carga, mi bici es más rápida. En el Poio ya les cazo y paramos a hacernos fotos juntos.
Charlamos un rato antes de continuar y uno de ellos se las promete muy felices:
— Pues esto está hecho, de aquí a Santiago, ya todo es todo bajada -dice-
— Bueno, no te creas… -le respondo-. En Galicia vas a tener poco llano, es terreno muy ondulado.
Y es que es así; ya no va a haber grandes puertos, pero no se para de subir y bajar, el desnivel se acumula y las piernas van sufriendo.
Me despido de los “btteros”, ya no volveremos a coincidir; yo prosigo unos pocos kilómetros más por carretera, paso Fonfría y salgo de la LU-633 por el desvío de O Biduedo, pues el camino se separa un poquito de la carretera y prefiero seguirlo. ¡Qué acierto! El tramo entre O Biduedo y Fillobal es precioso:
En Fillobal me encuentro metido en un pelotón… de vacas. A la salida hay un tentador bar con unas curiosas construcciones y esculturas de madera, pero solo me detengo a hacer unas fotos.
Ahí me incorporo a una pequeña carretera asfaltada que enseguida me devuelve a la LU-633, que sigo en rápido descenso hasta Triacastela.
En Triacastela hice noche en mi anterior viaje, así que tuve tiempo de conocerlo bien. Esta vez paro a tomar un refresco y algo de comer, preparándome para lo que está por venir. En esta localidad el camino se bifurca:
En 2022 me alojé en una casa junto a esos mojones y pregunté a mi anfitriona por dónde ir; me dijo que, con la bici, me recomendaba la variante de Samos y le hice caso, con lo que este año, evidentemente, tocaba San Xil. Nada más salir del pueblo y tomar el desvío, el Garmin me sorprende con un inesperado aviso de ascensión “fuerte”. Quizás estoy equivocado, pero mi recuerdo de la variante de Samos es que era bastante sencilla y llana.
Pues nada, activo el “modo ahorro de energía” -ya conocido del Cebreiro- y empiezo a subir por una estrecha senda que me lleva a la aldea de San Pedro de Ermo. A la salida me quedo boquiabierto al ver una casa de piedra que es una “Galería de Arte”. Dudo si detenerme, pero hoy he ido muy despacio y me queda bastante camino por delante (y, al parecer, más duro de lo que esperaba) así que con cierto dolor de corazón paso de largo.
En A Balsa, otra pequeña aldea, la pendiente se endurece y el camino se convierte en una senda de piedra inciclable. Toca empujar por una fuerte pendiente:
Pero el entorno es brutal y me alegro muchísimo de haber tomado esta variante:
Tras empujar la bici unos metros, me incorporo a otra pequeña carretera asfaltada que, muy posiblemente, corría paralela al camino. No obstante, no me arrepiento de mi elección de camino. Ya sobre la bici, continúo ascendiendo hasta San Xil; calculo que me ha costado una media hora desde Triacastela.
Imagino que esta variante es más popular que la de Samos pues, si bien añade un cierto desnivel, es un paisaje maravilloso y tiene siete kilómetros menos que la otra lo que, caminando, no es poco.
Pasado San Xil, aún hay un tramo de suave ascenso pero la carretera es muy disfrutona. Ya en Galicia, empieza a ser familiar la presencia de la Eurovelo 3; en este tramo se entrecruza con el camino y yo opto por uno u otro según convenga. En todo caso, discurren casi siempre muy cerca.
Bordeo varios pequeños pueblos y aldeas: Montán, Gosende, Zoó, Furela, Aguiada, San Mamade… poco a poco el paisaje deja de ser tan agreste, se ensancha y muestra vistas más amplias. Unos pocos kilómetros rodando con comodidad me acercan a una de las localidades especialmente importantes del Camino Francés: Sarria.
¿Y cuál es la importancia de Sarria? Más allá de consideraciones históricas, artísticas y culturales, Sarria es el punto de partida elegido por un enorme número de peregrinos por una sencilla razón: desde allí se pueden completar los 100 km necesarios para obtener la compostela para peregrinos a pie. No está de más recordar que el requisito sube a 200 en el caso de que el camino se recorra en bici o a caballo. En mi caso ya llego con más de 500 kilómetros recorridos así que no tengo que preocuparme por ello.
Doy una pequeña vuelta por Sarria mientras busco un sitio para comer, que encuentro cerca del Ayuntamiento. Busco un hueco para dejar la bici y me siento en la terraza mientras compruebo un hecho curioso:
Y es que, en efecto, la mía es la única bici de tracción animal; vamos, sin motor. Hay que decir que no se otorga la compostela a los bicigrinos en e-bike aunque no creo que se haya dado aún el caso de voluntarios del centro de atención al peregrino de Santiago saliendo a comprobar las bicicletas, como si de jueces de la UCI se tratara y depende exclusivamente de la buena intención del peregrino decir la verdad.
El menú del peregrino consta de unos macarrones y un lacón asado; seguramente sea un menú modesto en cantidad y calidad, pero yo le hubiera dado, en ese momento, unas cuantas estrellas Michelin.
Aún sentado a la mesa, me llevo una gran sorpresa. Por delante de mí pasa un bicigrino muy alto y delgado que me resulta conocido, empujando una bici de gama alta con alforjas. En efecto, ¡es el ciclista belga con el que fui hablando un rato en la ascensión a la Cruz de Ferro! Me sorprende haber llegado aquí antes que él y, sobre todo, su aspecto cansado. Rápidamente le saludo:
— Hey, my friend from Belgium!
— Hi!, glad to see you again, how are you doing?
Él también se sorprende y me dice “¿lo ves? Ya te dije que cada día te irías encontrando mejor…” Él da por terminada en Sarria su etapa de hoy y yo le digo que tengo intención de continuar unos kilómetros así que nos despedimos. Ya no volveríamos a coincidir.
Mi salida de Sarria en 2022 fue bastante lamentable; intenté evitar el camino tradicional y lo pagué dando un rodeo absurdo, perdiéndome y haciendo unos cuantos kilómetros en dirección a… ¡Sarria! Así que esta vez tuve buen cuidado de seguir las flechas amarillas en dirección al Monasterio de la Magdalena para cruzar el viejo Ponte de Áspera. Se supone que no es un tramo recomendado para bicis pero me dio igual y, además, creo que no tuve que bajarme de la bici en ningún momento.
Hace mucho calor y se agradece cualquier sombra; tras el puente, el camino ofrece alguna de vez en cuando, aunque a ratos no me libro del castigo del sol. Avanzo entre pequeñas aldeas alternando cómodas pistas, Eurovelo 3 y algunos momentos de piso de piedra poco ciclable.
En los alrededores de una de esas parroquias, A Pena, me doy cuenta de que acabo de entrar en los últimos 100 kilómetros y pienso que quizá sea posible llegar a Santiago mañana, un día antes de lo esperado. Pero bueno, no lo pienso demasiado porque hasta el momento “el plan es que no hay plan” y me está funcionando muy bien.
En Moimentos dejo la Eurovelo y vuelvo a la pista, en descenso hacia un profundo valle en cuyo fondo se intuye Portomarín. Por el camino hago una última parada para un refresco y continúo entre un buen número de peregrinos: es evidente que el número de estos se ha multiplicado tras Sarria.
Cuando crucé el puente sobre el Miño en 2022, el río apenas llevaba agua con lo que la vista fue algo decepcionante. Hoy, además de que el día era precioso, bajaba muchísima agua. Cruzo el puente hacia la inconfundible escalinata que lleva a Portomarín y me siento un rato en su sombra a buscar alojamiento para avanzar algo más y asegurar en lo posible mi llegada a Santiago al día siguiente. Pero no encuentro nada en una búsqueda rápida por los siguientes pueblos y decido quedarme donde estoy. De nuevo, la decisión fue un acierto.
Consigo una cama en el albergue Huellas; el sitio es fantástico, todo muy nuevo y limpio; el precio incluye ropa de cama y toalla y solo pago un extra por la lavadora y secadora (hoy tocaba). Dejo la bici, me pego una ducha y me dispongo a dar una vuelta por el pueblo, que tengo tiempo de sobra.
Por primera vez me toca la litera de abajo en un albergue; pero, cuando voy a dejar las cosas, veo que hay una señora algo mayor que yo dejando las suyas. Con mucho tacto le explico -en inglés- que esa es mi litera y ella -en un muy buen inglés- me responde que lo sabe y que ahora mismo recoge y lo pone arriba. Me da pena, le ofrezco cambiarle la litera y se le ilumina la cara, aceptando inmediatamente el ofrecimiento.
Al poco de iniciar la conversación nos damos cuenta de que estamos haciendo el ridículo porque Virginia -que así se llama- es venezolana, aunque vive en Miami con su hija. Pero es la costumbre de no encontrar peregrinos de habla hispana durante días.
Con todo más o menos organizado salgo a dar una vuelta por el pueblo, empezando por tomarme una enorme y fresquita cerveza (Estrella Galicia, supongo). Por supuesto, pasé por la iglesia de San Nicolás (también conocida como San Juan), con sus aires de fortaleza románica. Con la suerte de que, en tan solo unos minutos, comienza un concierto de flauta, armonio y canto gregoriano.
La historia es bien conocida; el pueblo de Portomarín iba a ser inundado por la construcción del embalse de Belesar en 1962 así que algunos de los edificios más importantes, como la iglesia, fueron desarmados y trasladados piedra a piedra al actual emplazamiento en el Monte do Cristo.
El concierto me mantiene entretenido -y, por momentos, conmovido- durante casi una hora; de nuevo tengo un recuerdo para Luis. A la salida me encuentro con mi vecina de litera con la que charlo un rato camino del albergue; ella se queda -quiere madrugar mucho- pero yo continúo el paseo, que hoy me he ganado un pequeño homenaje en forma de una buena cena.
El paseo me lleva al restaurante O Mirador, cuyo nombre es bien merecido por sus vistas sobre el Miño:
Una ensalada de frutas y una ración de pulpo acompañan a las vistas; y, por supuesto, una copa de Albariño. Mañana, muy posiblemente, no pase por Melide (la localidad donde es típico comerse el primer pulpo del Camino) a la hora de comer, así que eso que tengo hecho por adelantado.
De vuelta en el albergue, es muy pronto para acostarme, así que me quedo un rato en la cocina/sala de estar escribiendo en mi cuaderno de viaje. Sin embargo, apenas tengo un momento de tranquilidad pues primero una pareja catalana que aún está cenando y, más tarde, un peregrino irlandés con muchas ganas de charla me impiden concentrarme en mis notas.
El irlandés (no recuerdo su nombre) hablaba mucho, muy rápido y, sobre todo, muy alto, lo que me incomodaba porque pensaba que podría llegar a molestar a los peregrinos con el sueño más ligero. Así pues, opté por terminar la charla yéndome a la litera antes que lo que hubiera querido; antes, el peregrino me regaló una magdalena que me vendría muy bien al día siguiente.
El día ha sido larguísimo y muy completo. Han pasado muchas cosas, muchas personas, muchos paisajes. Y estoy a poco más de 90 kilómetros de Santiago de Compostela. ¿Qué pasará mañana?
Resumen de la etapa
- 85 kilómetros
- 1600+ metros de desnivel
- Unas 8 horas, paradas incluidas
- Track en Komoot
- Track en Wikiloc
Track
Perfil
👈 Día 5: de la Maragatería al Bierzo | Día 7: de Portomarín a Santiago 👉