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Día 3: de Fuente Sidres a El Burgo Ranero
26 de mayo de 2024
En el camino te acuestas muy pronto y, por tanto, te levantas muy pronto, con los primeros peregrinos, a los que les gusta ponerse en marcha antes del amanecer. Yo, por el contrario, no suelo tener prisa en salir pues, con la bici, aun yendo despacio, avanzo a otro ritmo.
Así que soy de los últimos en desayunar y comparto mesa con Chong, un peregrino coreano.
Quizá sea un prejuicio, o tal vez una desgraciada coincidencia pero me ha parecido que muchos coreanos (¡y he coincidido con un montón en este viaje!) mastican ruidosamente y no se cortan en hablar con la boca llena. Desde luego, así lo hacía Chong, lo cual me hacía sufrir bastante por mi desayuno 😄
La buena noticia es que me lo pude tomar entero y con ganas: un trozo de manzana, tortilla francesa, pan, tomate rallado y un café americano.
Sin demasiadas prisas, recogí mis cosas y las coloqué en la bici (a la que la chica del albergue me había sugerido amablemente pegar un manguerazo la tarde anterior). Terminé el café en el porche disfrutando de un bonito amanecer:
Con todo en su sitio, me despedí de la pareja que gestiona el albergue y me puse en marcha hacia las 7:45, con la chaqueta puesta ya que la temperatura no llegaba a los 10ºC.
Los primeros kilómetros son un momento de extraordinaria paz y serenidad; el aire es limpio y fresco, apenas se oye más ruido que el tranquilo rodar de mi bicicleta y voy adelantando a los primeros peregrinos que responden con una amable y sincera sonrisa al ¡Buen Camino! Y es que no hay sonrisas como las del Camino, como bien sabe cualquiera que lo haya hecho…
Pronto dejo atrás la ermita de Santa Brígida, atravieso Hontanas y tomo la bonita y solitaria carretera que lleva a Castrojeriz. El terreno es ligeramente favorable y, a pesar de que no voy demasiado rápido, tengo la sensación de que la bici flota, vuela…
En apenas 15 minutos estoy bajo las ruinas del convento de San Antón. Me detengo a sellar y a echar un vistazo; en ellas se esconde un pequeño albergue de acogida tradicional, sin electricidad ni agua caliente y en el que solo se pide la voluntad a los peregrinos.
Recientemente ha tenido que cerrar porque los restos del edificio amenazan ruina y son un peligro no solo para los peregrinos, sino para cualquiera que transite bajo el arco (y la carretera pasa por ahí). Si no se relizan obras de consolidación e incluso se desvía la carretera, es muy posible que se termine desplomando y con ello se pierda uno de los iconos del Camino.
Continúo hacia la monumental Castrojeriz que atravieso en dirección al alto de Mostelares.
En mi viaje anterior, siguiendo la recomendación de un hospitalero, di un rodeo por carretera hacia Castrillo Mota de Judíos; esta vez no haría caso y seguiría el camino tradicional.
Desde la salida de Castrojeriz se intuye la tremenda subida de Mostelares. Enseguida me doy cuenta de que no va a ser cosa fácil…
Y no, no lo es. Apenas iniciada la subida pego el primer patinazo y tengo que echar pie a tierra: toca empujar la bici. El Garmin no engaña:
A pesar de ir empujando la bici, voy adelantando a peregrinos a pie y es que la pendiente es dura para todos. Bueno, casi todos, porque un grupito de e-bikes nos sobrepasa a un ritmo alegre… qué menos.
Para los últimos metros reúno un poco de amor propio y me subo a la bicicleta. Un esfuerzo un poco tonto, porque enseguida paro a disfrutar de las tremendas vistas desde el alto.
Tras la corta parada -donde aprovecho para charlar un ratillo con uno de los e-bikers-, avanzo por una pequeña meseta que lleva al inicio de la bajada. Hace unos años estaba en muy mal estado pero ahora está hormigonado y el descenso, aunque vertiginoso (18%), es perfectamente viable para la bicicleta. Eso sí, hay que tener buen cuidado de no dejar lanzar la bici, especialmente cuando hay peregrinos a pie.
Ahora sí, estamos en pleno llano castellano. En los próximos kilómetros (no solo hoy, sino también mañana) se acumulará poco desnivel.
En poco tiempo paso junto al hospital de San Nicolás, otro de los albergues en su sentido más primitivo. No sé, quizá pase alguna vez la noche allí en un futuro viaje…
Apenas unos metros más adelante nos encontramos el Puente Fitero, que cruza el Pisuerga y nos deja en la provincia de Palencia.
El puente tiene origen en el S XI, aún más antiguo que la ermita de San Nicolás cuya construcción data del S. XII.
Pasado el puente, tomo un desvío a la derecha hacia Itero de la Vega y, tras otros 8 ó 9 kilómetros llego a Boadilla del Camino donde me detengo en su espectacular rollo gótico de justicia.
Junto al rollo vuelvo a coincidir con el grupito de e-bikers, unos tipos muy simpáticos de Cartagena con los que seguiré cruzándome a ratos buena parte de la mañana.
A la salida de Boadilla enlazo con uno de mis tramos favoritos del Camino, el que discurre pegado al Canal de Castilla. Debido a unas obras hay que dar un pequeño rodeo, pero enseguida vuelve a su orilla.
La espectacular cuádruple esclusa indica la cercanía de Frómista, donde me paro a almorzar el habitual pincho de tortilla junto a San Martín de Tours. En la mesa de al lado se sientan los simpáticos cartageneros, de los que ya me despido.
No me entretengo mucho y continúo el viaje por la Tierra de Campos palentina cruzando Población de Campos, Revenga de Campos, Villarmentero de Campos y Villalcázar de Sirga hasta llegar a la siguiente parada: Carrión de los Condes. En un alarde de imaginación gastronómica me tomo otro pincho de tortilla con Cocacola; eso y los Haribos, ahora que vuelvo a tener hambre, son la base de mi alimentación en el Camino 😂. Por cierto, he dejado de tomar los geles así que estoy casi seguro de que fueron los culpables de mis males de los primeros días.
Salgo de Carrión por San Zoilo con cuidado de rellenar bien los bidones, pues viene el tramo más largo del Camino Francés sin pueblos: la siguiente localidad, Calzadilla de la Cueza, está a unos 16 kilómetros. En bici no es un problema, pero para los peregrinos a pie es una distancia considerable. Eso sí, suele haber uno de esos bares móviles hacia mitad de camino.
Creo que fue en este tramo donde vi una especie de pancarta que decía “Sin Meseta no hay Camino”. Y es que parece ser muy habitual que los peregrinos partan desde Roncesvalles o Saint Jean Pied de Port hasta Burgos y allí tomen un autobús hasta León, evitando gran parte de la maravillosa Meseta castellana.
Evidentemente, yo no soy quién para criticar nada pero realmente es una postura que no entiendo. Hay quien dice que en la Meseta es donde se vive con más intensidad el espíritu del Camino y, en mi escasa experiencia, creo que puede ser cierto. También es verdad que nunca la he cruzado a pie que, sin duda, es mucho más duro que en bicicleta. Pero, aun así, no tiele veo el sentido; intento ponerme en esa situación y creo que tendría la sensación de que estoy “haciendo trampas”, de que no estoy haciendo el Camino de Santiago.
Con esta disquisición en la cabeza me planto en Calzadilla de la Cueza. Continúo por pista hacia Ledigos donde veo que los últimos peregrinos a pie ya dan por terminado el día. A mí aún me quedan unos cuantos kilómetros por delante (¡al final serían casi 40!) pues todavía no he pensado ni dónde ni cuándo parar.
Tras Ledigos cruzo Terradillos de los Templarios, Moratinos (con sus bodegas que parecen casitas de hobbit) y San Nicolás del Real Camino, que es la última población palentina por el Camino Francés. Unos minutos después de atravesarla, entro en la provincia de León, la tercera del día tras Burgos y Palencia.
Llegando a Sahagún hay un pequeño desvío que no dudo en tomar, que me lleva a la ermita de la Virgen del Puente, antiguo hospital y leprosería. La pequeña edificación románica-mudéjar está junto al río Valderaduey; junto a ella hay unas estatuas de Alfonso VI y Bernardo de Sedirac que marcan el centro geográfico del Camino pues están a la misma distancia de Roncesvalles que de Santiago de Compostela.
Ya en Sahagún, doy una vuelta por su Plaza Mayor. Me siento un rato frente al restaurante Luis, donde recuerdo degustar en 2022 la especialidad de la localidad leonesa: los puerros.
Sin embargo, hacer noche en Sahagún supondría repetir etapa con respecto a 2022 por tercer día consecutivo, cosa que no quiero hacer. Así pues decido continuar al menos hasta el siguiente pueblo, no sin antes coger fuerzas con unos ricos pinchos:
Cruzo el río Cea (dando un pequeño rodeo por la alternativa señalizada, pues el Puente Canto está en obras) y continúo hacia Bercianos del Real Camino. De repente, oigo un sonido familiar que se me acerca por detrás: se trata de un grupo de bicigrinos colombianos que ruedan a toda velocidad tras de mí. Cojo rueda y trato de entablar conversación, pero van muy rápido; es extraño, porque les adelanté a la salida de Carrión, pero me dicen que van así: a ratos despacio y a ratos a toda leche.
Aún metido en esa grupeta paso el arco que también indica la mitad del Camino Francés, ya cerca de Bercianos. Ahí abandono el grupo al pasar por el primer albergue: La Perala. Es nuevo y muy grande, así que espero encontrar sitio; pero, para mi sorpresa, está completo.
Continúo pues hacia Bercianos donde tampoco encuentro alojamiento, así que me dirijo a El Burgo Ranero. De ese pueblo recuerdo la exquisita tostada de tomate que tomé para desayunar en 2022. Una vez allí hago un par de llamadas y ¡está todo ocupado!
Las siguientes opciones son Reliegos y Mansilla de las Mulas; pero antes de continuar me topo con el albergue municipal Domenico Laffi. Pregunto y aún queda alguna litera libre, así que allí me acoplo.
El albergue es gratuito (“la voluntad”) y los hospitaleros de turno, Angela y Stephen, son una pareja australiana de cierta edad. Tienen un simpático mapa donde llevan la cuenta de las distintas nacionalidades de los acogidos; soy el primer español que llega hoy, así que son ya siete las nacionalidades representadas.
Antes de nada, me pego una ducha, lavo a mano (no hay lavadora) algo de ropa y voy al super del pueblo a comprar algo de comida para la cena y el desayuno.
El ambiente en este tipo de albergues no tiene nada que ver con los “privados”. Hay una cocina donde se puede coger lo que se necesite. Quien cocina comparte su comida y quien no, como es mi caso, se ocupa de fregar los platos. Quién más y quién menos, todos colaboramos en alguna medida.
La verdad es que es una de las tardes-noches más agradables, compartiendo largas charlas con otros peregrinos. De nuevo mi amigo Luis está presente cuando explico a Angela y Stephen qué hago ahí, por qué estoy haciendo el Camino. Marcelo, brasileño que peregrina con su mujer y su hijo de corta edad, comparte vino; Eliza, alemana, cuenta la distinta experiencia de hacer el camino en pareja tras haberlo hecho sola unos años atrás; yo ofrezco plátanos que he traído de la tienda. Y así hasta la hora de dormir…
La habitación, llena de literas, está cubierta por un altísimo techo que parece el del pajar de las películas. Hace frío y solo tengo el saco-sábana, así que me tengo que poner la chaqueta de plumas para sentirme a gusto; no obstante, duermo a pierna suelta y me despierto realmente descansado.
Resumen de la etapa
- 117 kilómetros
- 700+ metros de desnivel
- 9 horas, paradas incluidas
- Track en Komoot
- Track en Wikiloc
Track
Perfil
👈 Día 2: de Grañón a Fuente Sidres | Día 4: de El Burgo Ranero a El Ganso 👉